Todos tenemos algún enemigo.
Suena algo fuerte, ¿a qué sí? Se va uno con el pensamiento a las guerras entre
pueblos. Mas no hace falta que nos disparen, que disparemos o que nos persigan.
Alguien que nos odie, que nos tenga envidia, que sienta rabia con nuestras
cosas y similares ¿Quién no tiene alguien así? Seguramente son más de los que
nosotros conocemos.
Los tenemos, y más intensos,
a nivel colectivo. Los de cada uno no se parecen a las persecuciones que han
sufrido o siguen sufriendo en algunos países por pensar, opinar y actuar de
forma diferente al supremo jefe. Lo vivimos en este país, se ha vivido y sigue
viviendo en América Latina y no digamos nada de países africanos o el de Siria.
¿Quién se apunta a ir allí de vacaciones? Queremos mandar otra vez para allá a
los que han estado caídos casi al barranco y ahora siguen caminando al borde
del mismo. ¡Somos especiales! Nos molesta y nos fastidia que grupos árabes
maten sin ton ni son a ciudadanos del país. Nunca nos ha molestado que,
alentados por nosotros, con nuestro apoyo y estímulo gente de la nuestra, a
quienes hemos apoyado, tales como Estados Unidos o Inglaterra destroce y
bombardeen sus casas y pueblos. ¿Quién empezó? ¡Qué más da! Hemos optado por
ser enemigos y esas son las consecuencias. Hemos optado por vivir el dicho
popular: “Mi padre le pega a mi madre, mi madre me pega a mí, y yo te pego a ti
que para eso primero nací”. Nos hemos olvidado del otro dicho del sentido
común: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Parece que
vivir teniendo enemigos nos divierte más que abriendo los brazos a la amistad y
ciudadanía universal, pasando por el olvido y el perdón, y fabricando un futuro
mejor para los hijos de unos y otros.
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