Josué daba vueltas y vueltas
por las salas del aeropuerto. Ya no le quedaban uñas en sus dedos. Siendo su
pareja, he querido estar a su lado en este momento, pero guardando su
independencia personal. Alejada físicamente, de pie y apoyada en una columna,
no le quitaba los ojos de encima. No sé cuál será su decisión ante la carta
recibida días pasados en la que su padre le decía iba a estar en la ciudad
cinco días y que le gustaría hacer las paces y vivir como padre e hijo.
Sabiendo, pues, que su padre estaría en la ciudad todo aquel fin de semana,
para que no se le hiciera largo, decidió ir él.
Jueves, casi de madrugada al
aeropuerto “aunque no sé lo que haré cuando lo vea salir”, me dijo en el coche.
Y continuó: “Con lo que haga quiero enterrar el problema de una vez para
siempre. Entre más pronto se soluciona el problema, mucho mejor. ¿Qué coño me
va a decir este tío a estas alturas? ¿No ha tenido tiempo en veinte años? Me
dejó con dos y así y todo me acuerdo de sus rasgos. No me olvidaré hace dos
años que acompañé a mi tío a unas gestiones en Lanzarote. Mi tío Juan, más
zorro que una lechuza, me llevó a almorzar al bar donde trabajaba mi padre sin
decirme nada. Me lo contó a la salida cuando le pregunté si conocía al camarero
que estaba tras el mostrador, no al que nos sirvió. Es que miraba tanto para
mí, me pareció raro su mirada, tuve ganas de ir a preguntarle si le gustaban
los hombres o qué. Meses más tarde que mi tío, despistado, dejó la cartera en
mi casa y descubrí que se conocían; así me enteré que era mi padre, y fíjate,
el muy c…., no se dignó acercarse a saludar ni siquiera al tío Juan.”
Ya en el aeropuerto, Josué seguía dando vueltas
pensando en todo ello y yo, sabiendo lo mal que lo estaba pasando, no veía la
hora que aquello se acabase. En eso que anuncian la llegada del vuelo de
Lanzarote. Josué se retiró de las cercanías de la puerta de salida y se puso a
mi lado. Nervioso y sudando me dice: “más que de saludarlo y hablar con él,
tengo ganas de acercarme y decirle: yo soy el que, sin pedírtelo, me regalaste
con mi madre la vida. Gracias por hacer posible que tenga la madre que tengo.
Pero a ti ¿para qué te necesito? Además, entérate bien: tú no eres mi padre.
Porque “padre no es quien lo hace sino quien lo cría”. Solo te pido una cosa:
olvídate que existo, ni me llames ni me escribas “. “Y para terminar y que
aprenda de una vez y te acuerdes de mí y de los golpes que me he enterado le
diste a mi madre toma este puñetazo…, (acompañado de una cantidad de
insultos).” Los nervios se le pusieron a flor de piel, la cara toda colorada,
los puños cerrados, daba golpes a los sillones del aeropuerto. Viré su rostro
hacia la calle para que no se encontrara con el del padre y cuando éste
desapreció en un taxi fuimos al bar a desayunar y, ya sereno, volvimos a casa.
De eso hace ya tres años y nunca más se ha vuelto a hablar de ese tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario