Hay ocasiones en las que pienso que, como a todos, me gusta el silencio. Diría, más bien, que me gusta
escuchar el silencio. Cuando lo logro, me escondo en la oscuridad para
escucharle. Me habla, sobre todo, en el viento, con la brisa y el aire fresco. Unas
veces como un eco, otras silbándome y en la orilla del mar es como si unas brisas salpicaran mi cara y me manchasen con gotas de libertad y esperanza. Son el anuncio de la
proximidad de que mis sueños van camino de hacerse realidad.
El silencio y la quietud como forma de percibir lo esencial de las cosas. No se trataría de huir del ruido, sino de hacernos conscientes de el.
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