Absorta en mis pensamientos
al entrar la noche, cuando tocan apresuradamente a la puerta. Era la vecina. Me
observó de arriba abajo. A mi saludo respondió con un tono de voz, por el cual
se le notaba preocupada. Y, siendo yo una vecina nueva que vivía sola, como que
ni sabía si confiar en mí o no.
- Usted me dirá, señora.
- Puedo pasar? -me dijo por
fin.
La invité a sentarse en un
sillón de la sala, mientras me dirigía a preparar la cafetera, cuando me dice:
- Me han dicho que usted es
filósofa -le contesté afirmativamente.
Volvió a mirarme de arriba
abajo con extrañeza, al tiempo que me preguntaba
- ¿Para qué sirve un filósofo?
- Para reflexionar, pensar,
preguntarse el porqué de las cosas” -interrumpiéndome me dice
- Por eso vengo. Perdone la
confianza, pero quisiera me ayudara a encontrar el “por qué” de algunas cosas.
De esta guisa, mi nueva vecina me contó que su casa había estallado como un
volcán de sentimientos contradictorios. Hace poco se había enterado que la hija
más pequeña trabajaba en un burdel ejerciendo de prostituta. La conversación
dio para mucho y, entre otras cosas, vimos como como ya no era un tema tabú,
que reivindicaban se les considerase como trabajadores sexuales, que en muchos
casos ha sido como la herramienta que les ha ayudado a emanciparse, que era un
trabajo considerado como el más antiguo en la sociedad, que era necesario
guardar y ahorrar para invertir pues no era un trabajo que fuese a durar hasta
la jubilación, etc., etc.
Acabamos siendo buenas amigas
y hasta nos quedamos hasta las tantas viendo el festival de la canción que, con
motivo de las fiestas de San Juan, patrono de la ciudad, ponían esa noche en la
tele.
Un tema que se habla desde siempre, que se esconde desde siempre.
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