Érase una mujer que, como
toda madre, sentía pasión por sus hijos. Nadie podía hablar mal de ellos so
pena de ser amenazado con sus garras. Salía con su esposo a toda hora del día y
de la noche. Pero a los íntimos les cuenta lo mal que se siente con la forma de
actuar del padre de sus hijos.
Uno de ellos con su trabajo,
su espíritu de superación y su formación tiene un buen oficio y no le ha
faltado trabajo ni en los tiempos de crisis. Por su estilo de vida, por las
adquisiciones que ha hecho, por sus viajes, por ese saber combinar trabajo con
ocio y tiempo libre, todos los que le conocen hablan de él como un hombre
inteligente que ha logrado, siendo bastante joven, una fuerza económica,
gracias a su esfuerzo laboral y su saber administrarse que todos sus amigos y
los que le conocen valoran muy positivamente.
La pasión de su madre le
lleva a desmentir lo que todos ven: su hijo tiene un buen trabajo,
consiguientemente sus ingresos económicos van en la proporción. ¿Por qué lo
niega ella y se enfada y enfurece cuando lo escucha decir, y además con una
valoración positiva de aquellos que le conocen? ¿Es esa una manera de apoyar y
defender al hijo?
No se trata de medir su obra
de cada día, ni mucho menos. Eso sí. Con una elegancia mayor que sus palabras el
joven sonríe cuando hablan de este tema ante él y no comenta nada. Eso sí.
Se nota como su sonrisa es de satisfacción, y él canta sus sones noche tras
noche. No así su madre que intenta disimular ante los demás el progreso de su
hijo, el cual ha sabido analizar quienes son los que hacen que el mundo esté
pálido y gastado y como en la misma primavera sigue habiendo nubes de invierno
que oscurecen el ambiente.
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